5/07/2012

Bitácora memoriosa


Texto de Alfonso Gumucio

Para quienes no son colombianos, la abreviatura Uniminuto suena rara, más aún si no se conoce la historia de la Universidad Minuto de Dios, a la que la sigla se refiere. Una universidad con nombre católico no es nada que sorprenda, abundan en América Latina entre las más prestigiosas, pero lo del “minuto de dios” no deja de llamar la atención, a menos que conozcamos su historia.


El origen de la universidad se remonta a “El minuto de Dios”, programas de radio y posteriormente de televisión, que el padre Rafael García Herreros, sacerdote eudista, comenzó a producir en 1946 y mantuvo a lo largo de su vida, durante 46 años. Sus programas duraban un minuto, en los que él condensaba mensajes de lo que podríamos llamar “evangelización aplicada”. A tiempo de hablar de dios, este cura progresista hablaba de la realidad social colombiana, y sobre la necesidad de terminar con la violencia y alcanzar una paz definitiva. Para ello no dudó en llamar al diálogo a personajes como el narcotraficante Pablo Escobar y al entonces jefe de la guerrilla del ELN, el cura Manuel Pérez.

Su programa tuvo un éxito enorme a nivel nacional y derivó en programas de desarrollo social que favorecían a los más necesitados, como la construcción de barrios para familias de bajos recursos, en Cali y en Bogotá. La iniciativa creció hasta convertirse en una enorme corporación que conservó el nombre del programa original como emblema, pero que se extendió para abarcar programas sociales muy ambiciosos, uno de ellos la universidad.

Todo esto viene a cuento porque a fines de abril tuve oportunidad, una vez más, de participar en las actividades de la Universidad Minuto de Dios, en su campus central de Bogotá y en la sede de Villavicencio, en el departamento del Meta. A invitación de la Facultad de Comunicación, cuya decana es mi colega y amiga Amparo Cadavid, participé durante tres apretados días en varias actividades académicas.

Como miembro que soy del comité técnico curricular de la Maestría de Comunicación en Desarrollo y el Cambio Social participé en la sesión que revisó el documento de justificación de la maestría, que será aprobado según los mecanismos previstos, primero en la propia universidad y luego por el Ministerio de Educación de Colombia. El procedimiento es exigente pero no burocrático: se trata de que las maestrías que se aprueban en Colombia pasen una serie de filtros académicos que garantizan la excelencia y calidad de los estudios de posgrado. En Colombia esto es una garantía porque una vez que el Estado certifica una maestría, es porque esta tiene todas las condiciones para consolidarse.

Lo anterior es alentador porque Colombia está ahora en la vanguardia de los estudios de posgrado con énfasis en comunicación para el desarrollo y el cambio social. Uniminuto no es la única universidad que ofrece a los estudiantes de Colombia y de América Latina la posibilidad de especializarse en este campo tan importante como necesario, también hay otras maestrías de similar contenido en la Universidad del Norte (en Barranquilla) y en la Universidad Santo Tomás (Bogotá).

Y el interés es creciente, como pude comprobar cuando me invitaron a pasar el día en la sede de Uniminuto en Villavicencio (“Villavo”, para los amigos), donde tuve un conversatorio frente a 200 estudiantes interesados en el tema.

Fue una oportunidad, además, para conocer el departamento del Meta, que faltaba en mi mapa personal de Colombia. Esta es una región muy rica en petróleo, agricultura y ganadería, situada en las estribaciones de la montaña como una puerta hacia los extensos llanos que se prolongan hasta la frontera venezolana. La carretera que baja a Villavo serpentea entre montañas de vegetación y humedad abundante, atravesando cinco túneles, uno de los cuales mide casi siete kilómetros de largo. A pesar de que Villavicencio está a solamente 86 kilómetros de Bogotá, el viaje se hace largo y pesado por la cantidad de camiones cisterna que avanzan lentamente por la carretera con su cargamento de gasolina y otros derivados de petróleo.

Poco a poco el clima tropical del llano y los colores de la naturaleza dejan atrás la sobriedad lluviosa de Bogotá, que a veces parece una fotografía en blanco y negro, solamente surcada por las líneas rojas del Transmilenio, el excelente sistema de transporte urbano que ahora han adoptado tantas otras ciudades de la región. Ya en Villavicencio al calor del ambiente se sumó la cordialidad de los anfitriones, más aún cuando la ciudad estaba en plenas celebraciones de su 172 aniversario.

A los estudiantes y profesores de Uniminuto en Villavicencio les dije lo mismo que he dicho a estudiantes y profesores en otras oportunidades: que hagan la distinción entre información y comunicación, entre periodistas y comunicadores, entre mensajes y procesos… Les dije que el mundo de la comunicación es mucho más amplio y desafiante que el mundo del periodismo, y que sin desmerecer el oficio de periodista, del que soy parte desde que tenía 16 años de edad, deben considerar la posibilidad de hacerse comunicadores para comprometerse en el desarrollo y los cambios sociales tan necesarios en la región y en el mundo.

En Bolivia, con tantas necesidades de desarrollo, no parece que los estudiantes de comunicación tengan mucho interés en el tema. Es más, ni siquiera conocen el país. Hace poco pregunté a un grupo de estudiantes de la cátedra de comunicación para el desarrollo de la Universidad Católica Boliviana, cuantos habían estado en algún centro minero: ninguno.

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 Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo 
de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
—Jorge Luis Borges

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